Evolución de los aumentos en la inflación en México

Uno de los desafíos más recurrentes que enfrentan las economías a nivel mundial es el aumento constante y generalizado de los precios de bienes y servicios, es decir, el incremento en los niveles de inflación, que asociamos comúnmente con la pérdida del poder adquisitivo; “ya no nos rinde lo mismo con este dinero”. México y Latinoamérica no han sido la excepción en experimentar estos periodos de alzas inflacionarias, que se intensificaron durante la pandemia de COVID-19. En la actualidad, Argentina se ha destacado como uno de los países con mayores dificultades para controlarla, aunque esta situación no se debe a un representante en particular, sino a una serie de decisiones históricas sobre la economía nacional y factores internacionales que la afectan.

Hablar de inflación implica considerar diversos supuestos económicos. De hecho, existen varias razones que explican el aumento en esta variable:

  • Inflación por costos: Se produce cuando el precio de las materias primas (como el petróleo y la energía), salarios o vivienda aumenta, llevando al productor a buscar mantener sus márgenes de ganancia mediante el incremento de los precios de los productos.
  • Inflación por demanda: Este tipo de inflación se relaciona con la ley de la oferta y la demanda. Si la demanda de bienes supera la capacidad de producción o importación, los productos se vuelven escasos y, por lo tanto, más costosos.
  • Inflación por reducción de la tasa de interés: Ocurre cuando el banco central otorga préstamos a otros bancos a tasas de interés bajas, y estos, a su vez, hacen lo mismo. Esto aumenta la cantidad de dinero en circulación y reduce las reservas bancarias.
  • Inflación por aumento de la circulación de dinero: Al incrementar la cantidad de dinero en circulación, se estimula el consumo, lo que a su vez puede provocar que la moneda nacional pierda valor frente a monedas extranjeras, aumentando el precio de los productos importados.
  • Inflación autoinducida: Se produce de manera anticipada cuando las empresas prevén un aumento de precios en el futuro y deciden ajustar sus precios gradualmente, lo que facilita su asimilación por parte de los consumidores.

Los motivos que generan un aumento en los niveles de inflación presentan distintas magnitudes, que se detallan a continuación:

Deflación (inflación negativa): Se trata de un tipo de inflación poco común que implica la disminución de los precios. Esto se debe a la contracción de la oferta monetaria en la economía, lo que puede resultar en una reducción generalizada de los precios.

Inflación moderada: Se caracteriza por un aumento gradual y relativamente estable de los precios. En este escenario, se incentiva a las personas a depositar su dinero en cuentas bancarias, ya sea corrientes o en depósitos de ahorro.

Inflación galopante: Ocurre cuando los precios aumentan a tasas elevadas, como del 30%, 120% o incluso 240% en un período promedio de un año. Este tipo de inflación provoca cambios económicos significativos en un corto plazo.

Hiperinflación: Se refiere a una inflación extrema en la que el índice de precios aumenta en un 50% mensual, lo que equivale a una inflación anualizada cercana al 13,000%. Este fenómeno suele ser el resultado de políticas gubernamentales donde se emite dinero de manera incontrolada o debido a la falta de un sistema eficiente para regular los ingresos y gastos del Estado.

No obstante, es importante señalar que el aumento de esta variable no siempre es perjudicial. De hecho, se considera que un incremento anual del 2% (inflación moderada) es saludable para las economías, ya que suele ser un indicador de crecimiento económico.

Visión utópica: Imaginemos un mundo donde los precios permanecen estables, es decir, con una inflación del 0%. En este escenario idealizado, los alimentos, servicios e inmuebles mantendrían siempre el mismo costo. Aunque esto podría parecer una “utopía perfecta”, donde los ingresos y ahorros serían suficientes para cubrir todas las necesidades y deseos, surge la pregunta: ¿Qué incentivo habría para el desarrollo en otros ámbitos, como el profesional, social, educativo y económico?

Por otro lado, cuando la inflación alcanza niveles elevados, puede tener consecuencias negativas significativas, afectando directamente el bienestar y el nivel de vida de la población. En tales circunstancias, la autoridad financiera, como en el caso de México con BANXICO, tiene la responsabilidad de aumentar las tasas de interés objetivo (actualmente en 11.25%) de la deuda pública. El objetivo es desincentivar el consumo y la emisión de préstamos, promoviendo así el ahorro. Sin embargo, esta medida no siempre resulta beneficiosa, ya que al reducir la demanda de productos considerados “no esenciales”, se puede generar un impacto negativo en la industria, llevando a una disminución en la producción y, eventualmente, a un estancamiento económico y aumento del desempleo en el futuro.

México

La economía mexicana, como la de muchas naciones, no sigue una trayectoria lineal ni constante. En su evolución, experimenta variaciones significativas que están influenciadas por diversos indicadores clave como el Producto Interno Bruto (PIB), el empleo, la inflación, la tasa de interés y el tipo de cambio, entre otros. Estas oscilaciones se enmarcan dentro de lo que se conoce como ciclo económico, que representa las fluctuaciones recurrentes que atraviesa una economía en diferentes periodos: corto, mediano y largo plazo. Estos ciclos se caracterizan por cuatro fases distintivas: expansión, auge, recesión y depresión, las cuales están determinadas por el ritmo en que consumidores y empresas llevan a cabo sus actividades económicas, incluyendo consumo, producción e inversión.

En el contexto mexicano, la relación entre la inflación y el crecimiento económico ha mostrado ser compleja y en ocasiones contraria. Durante el periodo de 2000 a 2023, el PIB registró un decrecimiento promedio anual del -0.1%. No obstante, se destacan ciertos periodos de crecimiento más robusto, como los años 2000, 2006, 2010 y 2021, los cuales estuvieron asociados, en su mayoría, con circunstancias tanto nacionales como internacionales, incluyendo crisis económicas. Por otro lado, la inflación ha mantenido una tendencia alcista, con un aumento promedio anual del 0.3%.

En el año 2000, México experimentó un respiro económico notable, marcado por una reducción significativa en los niveles inflacionarios y un crecimiento real del PIB del 6.9%. Esta expansión se vio impulsada por políticas monetarias adecuadas y un acceso mejorado a mercados internacionales. Sin embargo, esta bonanza fue efímera, ya que la contracción económica en Estados Unidos afectó negativamente a México, provocando un déficit comercial y una disminución en la producción interna.

En contraste, el año 2006 se caracterizó por un vigoroso crecimiento económico del 4.8%, impulsado por la fortaleza del consumo, una inversión dinámica y una demanda externa favorable. A pesar de ello, la inflación experimentó fluctuaciones debido a factores climatológicos que afectaron a sectores agroalimentarios clave.

El año 2008 marcó un punto de inflexión con la crisis hipotecaria, que tuvo repercusiones significativas en la economía global y, en particular, en México. El país enfrentó una contracción económica, exacerbada por el aumento en los precios internacionales de materias primas y la depreciación de la moneda. A pesar de las adversidades, las autoridades financieras implementaron políticas monetarias restrictivas que, junto con otras medidas, contribuyeron a la estabilización económica y sentaron las bases para una recuperación gradual en los años siguientes.

En resumen, la economía mexicana ha atravesado periodos de expansión y contracción, influenciados por una variedad de factores internos y externos. La interacción entre el crecimiento económico y la inflación refleja la complejidad de la dinámica económica y la importancia de políticas económicas prudentes y adaptativas para garantizar la estabilidad y el desarrollo sostenible.

El segundo periodo con las mayores contracciones en lo que va del siglo XXI fue el año 2019, afectado por la contingencia sanitaria del Covid-19. Durante este año, México implementó diversas medidas internas que, sumadas a la desaceleración de la economía global y la contracción del comercio internacional, resultaron en una disminución del crecimiento económico en un 1% respecto a 2018. La inflación se situó en un 3.64%, dentro del objetivo establecido por Banxico de +/- 3.0%, con una tasa objetivo de 7.25%. Como consecuencia, el empleo se vio afectado por el escaso crecimiento económico, reflejando una tasa de desempleo del 3.5% anual, en comparación con el 3.3% registrado en 2018.

El 23 de marzo de 2020, México experimentó el cierre parcial de la mayoría de las actividades económicas, lo que generó importantes desequilibrios. Hubo un retroceso del 8.2% en el PIB, con un impacto mayor en los sectores secundario (10%) y terciario (7.7%). Esto se tradujo en un aumento de las tasas de desempleo y una inflación promedio anual del 3.40%, que posteriormente se vio afectada por la incertidumbre en los precios energéticos, la escasez de contenedores y chips, y el conflicto comercial entre Estados Unidos y China.

Paradójicamente, este conflicto tuvo un efecto “positivo” para México. Debido a la incertidumbre y al aumento de aranceles y costos de mano de obra y logística para importar productos chinos al mercado estadounidense, muchas empresas optaron por relocalizarse en otros territorios, dando lugar al fenómeno conocido como “nearshoring”.

El año siguiente estuvo marcado por el impacto positivo del nearshoring, la flexibilización de las restricciones para reactivar las economías y los incentivos fiscales implementados por el gobierno para atraer inversión extranjera. Estas medidas propiciaron un crecimiento del 5.7% en 2021 y una inflación del 5.68%.

Sin embargo, este crecimiento fue efímero. En 2022, justo antes de “regresar a la normalidad”, estalló un conflicto bélico entre Rusia y Ucrania debido a intereses territoriales, lo que provocó un aumento en los precios de materias primas como energéticos y cereales. Esta situación redujo la oferta y elevó la inflación al 7.89%. Ante este escenario, el Banco de México decidió incrementar las tasas de interés durante gran parte de 2023, alcanzando un 11.25%, lo que resultó en una reducción interanual de la inflación del 2.20%.


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